La
noticia fue electrizante, aun cuando sabíamos que no siempre iba a estar en
este mundo. Pero eran 90 años de una lucidez inquebrantable. Todavía tenía
tanto que decir…
Fue
triste escuchar a Raúl. Sobretodo porque en esta suerte de despedida se perdía
al mas grande, a la mente más brillante, al hombre que desde niños aprendimos a
querer de forma instintiva. Nunca hubo distancias con Fidel, siempre estuvo
ahí, a la vuelta de cualquier problema, para abrazar a los niños y poner la
mano sobre el hombro de cualquier hombre de pueblo.
Desde
ese día todos amanecimos más unidos y
junto al dolor innegable que alguno exteriorizaron con lágrimas, y otros
con un vacío en el pecho, igual de lacerante, el pensamiento que aflora por
doquier es un agradecimiento infinito. Por nacer ante todo, por atacar el
Moncada, por regresar en el Granma, por haber sido ese gigante con la mirada
más limpia que pueden guardar unos ojos.
Le
recordamos de verde olivo, en todos los momentos buenos, y no tan buenos de
nuestra Revolución. Era un líder nato, respetado incluso por los enemigos de
sus ideas fuera de Cuba.
Si
uno salía alguna vez de la isla, lo primero que la gente solía preguntar, era
cómo era Fidel. Y una se quedaba absorta, al menos en mi caso. Porque es
difícil definirlo con adjetivos que usamos todo el tiempo. Fidel ha estado
siempre por encima de las palabras, sus convicciones y preceptos han sido
indiscutiblemente más de ver que de contar.
Hoy
estamos viviendo un momento triste, pero como Fidel siempre fue Cuba, de muchas
maneras, en Cuba siempre estará Fidel. Cómo despedirnos que alguien que siempre
estuvo por encima del tiempo y las distancias. Es cosa imposible. Pero
intentémoslo con una frase conocida: Hasta Siempre Comandante…
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