Se acerca diciembre… con toda la vorágine consumista
que presuponen las navidades en muchas partes del mundo. Y el nuestro, por
diferente, o más sencillo, no deja a veces de ser un puñado de nostalgias
cuando a metros de una púa, entre el bullicio, una se queda absorta y descubre
otro año que nos deja, personas que definitivamente están más lejos, metas que
ya no se cumplirán…
Antes de desbordarme en alguna suerte de añoranza debo
confesar que mis diciembres, hace un tanto, ya no saben igual. Mi hijo llegó
con toda la fuerza de Sagitario y
además de unas cuantas libras, casi toda mi energía, lo incierto de ese surco
que ahora tengo en el ceño y muchísimas cosas más, mi bebo se robó todo el
misticismo de mis fines de año. Ahora si él está bien, yo y el resto del mundo
lo estamos, y si logro mantenerlo al menos con zapatos el día entero, entonces
soy completamente feliz.
Pasaron tres años. Mi hombrecito me lleva de la mano
por la vida, con unos ojos tan pícaros que me he rendido ya a sus encantos… y solo me asusta que termine por
descubrirlo, y reclame estar a cargo en esta jerarquía trastocada que se ha
vuelto mi maternidad. Entonces el mundo sería una paleta de chocolate, un montón de piedras, bolas, nuestra lima, un
martillo, las llaves de su abuelo, y mi cama, definitivamente, su colchón de
juego.
Tal vez quien me lea advierta que las mujeres nos
volvemos repetitivas cuando se trata de hablar o escribir de nuestros hijos. Y
asuma quizás que es un desliz hormonal esto de estar exhibiendo las crías, pero
el tema que hoy me sacó de la cama más temprano y me ha dejado pegada al
teclado no adolece de otro tipo de sensibilidad y es la problemática que
afrontamos las madres en esta sociedad, donde a nuestro alrededor la mayoría de
las personas solo notan que desatendemos nuestras obligaciones y se nos hace
muy difícil encajar,otra vez, como
profesional, mujer, esposa y ama de casa.
Quien crea que cuando los niños entren al Círculo
Infantil se acabaron los problemas está completamente equivocado, ahí solo
comienzan. De una manera u otra, por muy competentes que sean en el centro se
mezclan catarros, estomatitis, impétigos, y cien cosas más, de forma tal que
quien tenga una “esponjita” como yo, sabe que cada 15 días le toca algo nuevo.
Cuando llego el lunes a mi trabajo y preguntan por Dudú yo digo: al menos hoy,
lo dejé en el círculo… y mis amigas
bromean y dicen que eso ya les sabe a deja
vu.
Con un niño que se enferma al menos una vez por mes la
vida profesional se vuelve intermitente. Y aunque corro el riesgo de que mi
editor suprima estas líneas, una se siente la mayoría de las veces avergonzada
por algo de lo que no es ni remotamente responsable, y para los hombres, las
que no son madres o ya olvidaron que lo fueron debe ser difícil otorgarle la
dimensión justa a esto que sí es un problema serio y no simplemente un montón
de excusas que se repiten.
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