La
mañana se le viene encima como la mancha sepia de sus cuatro paredes. Y allí
dentro, sus alas demandan cada vez más espacio. Casi a un paso de los 30.
Imbuida, o más bien absorta en esta, su realidad, que drena a cuenta gotas gritos mudos, también suyos, por un poco de
independencia, por ese vuelo prolongado, lejos del hogar familiar.
Y
al lado de su brazo una figurita pequeña le crece, como una extensión natural,
pero que cada vez se siente más deliciosamente pesado en sus espaldas. Su hija
es la realidad más tangible. Por ella le desborda la necesidad de un hogar
propio, de rutinas coherentes a su percepción de la convivencia, de un soplo de
privacidad para continuar con esa vida pospuesta que alguna vez de tanto
imaginar creyó cercana.
Él
es más simple y a la vez más complejo. Todos los días regresa del trabajo con
una expresión cansada que no refleja precisamente los desmanes del cuerpo.
Recuerda cuando entró a la universidad y creyó que una vez graduado su perfil sería más extenso, pero han pasado los años y a
veces no entiende para qué tanta
lección que no ha podido aplicar a plenitud.
Sus
compañeros se han ido amoldando a las circunstancias. Algunos, mochila en mano
o con una dirección en el bolsillo,
fueron más audaces y consiguieron trabajo en La Habana , el viejo sueño de
conquistar la capital. Pero él tiene por esta ciudad un latido profundo, acá en
medio de esta arquitectura ecléctica quiere ver crecer a sus hijos. Sabe que
tiene mucho que ofrecer y solo espera una oportunidad, que puede estar cerca.
La
juventud está llena de aspiraciones. Él y ella son solo un pretexto. Siempre
hay un par de alas pujando hacia arriba en la espalda más insospechada, con
propósitos cercanos o no tanto, pero casi siempre dignos de ser escuchados
porque llevan el estigma de una generación que ha crecido con coraje, con una
valentía a prueba de limitaciones.
He
escuchado a muchos, incluso muy jóvenes,
asegurar que estas generaciones se van acomodando, que la dureza de estos
tiempos ha terminado por deglutir sus aspiraciones, y la mayoría anda por ahí
medio devorada por una apatía insaciable, mientras otros solo saben criticar.
El cambio perceptible de mi tensión arterial me puso el aviso y me ha hecho
contestar las más de las veces: afortunadamente, están muy equivocados.
Día
a día un montón de caras jóvenes laboran en todas esferas, muchos lideran
proyectos trascendentes, salvan literalmente vidas humanas, dentro y fuera de
Cuba, o más simple, conducen el transporte con el que se beneficia toda una
ciudad. El caso es que cada cual entrega lo que puede y en cualesquiera de los
casos me atrevo a asegurar que hay de por medio sacrificio. Detrás de estas caras, no lo dude, también
hay historias con necesidades y aspiraciones tangibles, pero recuerde que han
puesto sus sueños en esta ciudad y han dejado aquí sus manos para hacerlos
posible.
La
mía no ha sido nunca una generación de medias tintas. Crecimos con un apego
confeso a la realidad y ante todo un amor heredado por esta sociedad, que con
sus limitaciones y carencias, es nuestro hogar. A usted que me lee le convido,
como Silvio, a creer cuando digo futuro.
Por dos o tres casos aislados no juzgue a una juventud que solo merece su
respeto, porque se ha cargado en hombros el coraje de hacer y de ser más, una
juventud de la que como parte y nunca juez, yo me siento orgullosa.
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