Se
levanta bien temprano para no descuidar ningún detalle. Después del desayuno
comienza su pequeño tiempo privado. Escoge la ropa, usa una faja
invariablemente, plancha otra vez su cerquillo y se maquilla con calma, disimulando
las bolsas bajo los ojos y haciendo maromas para lidiar con las arrugas.
Cuando
sale de la habitación se siente una mujer hermosa y satisfecha. Su esposo desde
afuera vocifera para que se apure y de camino al trabajo la recrimina sin
mirarla: “no sé en qué gastas tanto tiempo porque yo te veo igualita… por
cierto, no sigas engordando o no vamos a caber en el motor”.
Al
mediodía sale de la oficina como un relámpago. Con el aliento aún entrecortado
calienta el almuerzo y pone la mesa. Coloca el juego de cubiertos que le regaló
su suegra hace más de 15 años. Osmani por fin se sienta y basta un bocado para
que ella lo escuche rezongar desde la cocina: “el espagueti está hirviendo, y
salado, no hay quien se lo coma, para eso me hubiera comprado una pizza, qué
suerte la mía”.
Julia
recoge el plato completamente vacío y se dispone a fregar. A penas termina se
retoca un poco y otra vez para el trabajo. Se despide con un beso de su esposo
la critica porque no tiene ningún overol limpio para mecaniquear, y remata con
el comentario preciso: “las mujeres de verdad, en el tiempo de antes, hasta
almidonaban la ropa y no pensaban en andar en la calle perdiendo el tiempo”.
La
noche la atrapa entre preparar la cena, limpiar los zapatos de los muchachos,
revisar tareas y poner en orden la casa. Cae a la cama como una piedra. La figura
a su derecha sobre el colchón, la ignora por completo y cuando ella le recuerda
la necesidad de cambiar la manguera de la lavadora,Osmani deja bien en claro que
es él quien sabe lo que hace falta en su casa, que ella se limite a pintarse
las uñas.
Para
Julia todos los días songrises. La gran nube empieza desde que abre los ojos y
se siente inutilizada en su propio hogar. Entre sueños siente las burlas de su
esposo, las risas de sus hijos, las críticas sin importar cuanto se esfuerce.
Osmani
es un hombre trabajador. Respira por su familia y nunca le ha levantado la mano
a su esposa. Desde lejos parece el esposo perfecto, pero lleva años perpetuando
violencia psicológica a la madre de sus hijos, sin reparar en los daños
emocionales que le robaron los bríos a la jovencita alegre y llena de
iniciativas que un día se casó con él.
Osmani
y Julia son a penas un pretexto. En nuestra sociedad bastan los ejemplos que
perpetuán este fenómeno. Lo más triste es que a estas alturas muchas personas
nisiquiera son consientes del daño que provocan o reciben mediante este tipo de abuso.
No
es de ninguna manera un mal menor. La violencia psicológica deja huellas más
profundas que los golpes, lacera partes blandas, seca sentimientos y va
oscureciendo todos los atisbos de luz, los deseos de ser y hacer.
Visualizar
este flagelo dentro de las paredes del hogar y asumir el daño emocional que
trae aparejado, es el primer paso para romper la cadena imperceptible que ata a
muchas mujeres, desde la antigüedad, y que de ninguna manera tiene cabida en
los tiempos actuales.
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