El
cotilleo, en el transporte público es un mal añadido. Ante las agravantes del
calor, la incomodad, el poco espacio vital y los hedores, surgen ciertas
personas, cual papagayos que no pueden mantener el pico cerrado, y cuentan a
viva voz cuestiones muy íntimas, que a veces hacen que una sienta lo mismo
vergüenza ajena, que deseos enormes de taparle la boca por fin.
Yo
normalmente suelo abstraerme en los viajes. La música ayuda. Pero hace unos
días me encontré sin audífonos en plena travesía y no pude dejar de reparar en
la conversación que se gestaba a mi lado, para ser sincera me atrapó al
instante. Una señora cincuentona, a mi izquierda, daba signos de estar muy
alarmada por el escalafón de su hijo y al mismo tiempo aseguraba que su sueño
era verlo convertido en médico, aunque este curso recién comenzaba la
secundaria.
Por
segundos miré a aquella mujer y me reconocí en ese afán que tenemos las madres
por cuidar los pasos de nuestros retoños con años de anticipación. Pero el
verdadero matiz del asunto estaba por surgir ante mis narices. Enseguida la
mujer le expuso sus razones a la muchacha de enfrente. Era algo así como que la
mejor manera de prosperar en este país es mediante las misiones y aunque la
cosa en Venezuela está muy turbia, era la
única forma de acumular un dinerito para mejorar la casa y comprarse
algunos equipos.
Los
argumentos de la señora no estaban muy lejos de la realidad. Ciertamente las
ventajas económicas para los galenos son un pequeño pago por la inmensa labor
que realizan en otros países, a veces a costa incluso de sus vidas. Y pensé en
que es realmente muy triste que por estos tiempos para muchas personas
(familiares incluidos) al recibirse en medicina, el noble y milenario propósito
de salvar vidas humanas pueda verse disminuido por las pretensiones de una
cuenta en el banco. A estas alturas duelen las interpretaciones falaces de la
solidaridad.
Pero
la conversación a mi lado tomó ipso facto otro punto de giro. La muchacha de
enfrente fue incluso más conclusiva. Aseguró que ella si no iba a obligar a sus
hijos a estudiar, para qué se iban a quemar las pestañas por gusto si ser
profesional ya no daba nada, ella misma conocía a unos cuantos que se acabaron
la vida en las universidades y hoy qué tienen…
La
pregunta quedó abierta y mientras medio camión estaba de acuerdo con la
sabiduría pasmosa de aquella mujer yo no pude dejar de sentirme aludida. Otra
vez tenía que coincidir, y pensé enseguida que mi primo cocinero gana tres
veces el valor de mi salario sin haber llegado al nivel superior.
En
Cuba el concepto de la pirámide invertida ha cobrado fuerza. Si un bodeguero
disfruta de un mayor nivel adquisitivo que un licenciado en Historia del Arte
es lógico que los más jóvenes pretendan seguir el camino más ventajoso y que
por ende, también es mucho más fácil.
En
la nuestra sociedad somos los profesionales quienes tenemos que volvernos magos
para hacer las cuentas y al menos mantener algunos pesos para llegar a fin de
mes. Y aunque es difícil encontrar la lógica de estos tiempos las universidades
siguen repletas, Platón y Aristóteles continúan marcando pautas y mientras
algunos conocen a Aquino, otros se hacen adeptos a Maquiavelo.
De
más está decir que bajé del camión un poco adolorida en más de un sentido. La
sabiduría del populacho muchas veces es infalible, pero todo tiene sus matices
y es muy obtuso no encontrar los tonos grises aquí.
No todo el que lleva una bata blanca tiene sus
metas en un horizonte lejano a nuestra isla. Y aunque así sea, no por ello
significa que deje de tener muy dentro, el orgullo de curar
y cuidar la vida. Aunque no sea lo suficientemente ventajoso para muchos
seguirá siendo un honor saberse abogado, maestro, ingeniero, periodista… cada
profesión tiene sus musas, que saben quitar y llenar, con una alevosía que
jamás el dinero podrá comprender. El cotilleo es un mal añadido, que duele,
pero también cura.
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