Eran algo así como los cuatro mosqueteros. Ambos padres y
las dos mujercitas. Cuando las garras del período especial se hincaron fuerte
sobre las cimientes del hogar, e incluso dejaron un hueco en la caja de los
juguetes, la sobremesa de cada día era una suerte de lección “el sacrificio de
hoy dará frutos mañana”…
Y no impidieron los remiendos de los zapatos de tela el
juego diario a la vuelta de la escuela. La mochila sin color regresaba todos
los días a casa repleta de sueños, de orgullo y ansias de saber, ajena a las
carencias materiales, inocente por completo de las maromas que mami y papi hacían,
a hurtadillas, para lograr un plato bien nutrido a la hora de la cena.
En tiempos difíciles el acto de compartir es aún más
hermoso. Para las niñas jugar a ser hermanas fue también dar y recibir con
creces, usar muchas veces el mismo par de zapatos, coger y soltar pinzas a una única
prenda de salir y sobre todo, ir por la vida agarradas de las manos, sintiendo
que una fuerza abrazadora les impulsaría siempre, sin importar de qué lado
soplaran los vientos.
Para los cuatro mosqueteros el panorama de los 90 se disipó,
al punto que a veces ya ni lo recuerdan. Y las chicas se hicieron grandes por
fin. Ambas fueron a la universidad y consiguieron atrapar sus sueños aunque el
vuelo les llevó muy lejos de casa. Solo un precepto se mantuvo firme, cual
suerte de estigma… al calor de la familia se forjan las metas, y únicamente en
su savia uno encuentra las fortalezas para recorrer sus propios caminos.
En nuestra sociedad hoy ya todo es más fácil. Hay muchas
oportunidades a la vuelta de la esquina. Y no resulta extraño que un
adolescente tenga laptop, teléfono celular, xbox, incluso más de lo que
necesita. Parece una máxima de los padres aquello de darles a los hijos lo que
uno nunca tuvo. Pero más allá del universo material, el cual para ser sinceros
también hace falta, se imponen
cuestiones imprescindibles en el regazo familiar, y son certezas,
valores, ejemplo para ir con orgullo por la vida.
En el hogar comienzan todas las travesías. Y lamentablemente
no es un viaje sencillo. El machismo, la violencia, la homofobia, los rencores,
la envidia, son pedacitos de angustia que pueden o no crecer en los tuyos. Los niños
son tierra fértil para cualquier
semilla.
Como la historia de los cuatro mosqueteros existen muchísimas,
todas con sus matices peculiares, difíciles de juzgar cuando se mira de lejos.
Pero también hay otras muy tristes, con distancias insalvables entre personas
que por la ley de la sangre deberían ser las más próximas.
No significa esto que la nuestra sea una sociedad en
decadencia de afectos. Muy sui generis
sí. El hecho de que más de un núcleo familiar conviva bajo el mismo techo es ya
una garantía para discusiones, discrepancias, niños malcriados y algún que otro
resentimiento.
De cualquier manera la familia es eterna. Y aunque ya casi
nadie comparta religiosamente la mesa con toda su estirpe a la hora de la cena,
o pida bendiciones, no creo que por ello nuestro amor sea menos fuerte. Ojalá
que los buenos valores no entren nunca en contradicción con lo moderno. Y que
para evocar una historia digna no haga falta acudir a otra época, más difícil y
sobria, que el afecto siempre este ahí, a la vuelta de la esquina…
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