Me preguntas??? Estas ansias escapan a la mera definición de profesión; son de alguna manera una especie de estigma o esencia que encuentra las palabras exactas para enmarcarte en una condición más que en un concepto… y luego la realidad es más sencilla o más complicada?: escribes porque vives y vives porque escribes.

lunes, 12 de septiembre de 2016

Desde un rincón de mi memoria...



Tenía unos ojitos apagados, un mechón casi blanco en el pelo y siempre iba sucio o con la ropita descuidada. Era el vecino pequeño de una amiga, prácticamente lo habíamos visto crecer. Nosotras ya pasábamos los 15 y el apenas llegaba a 10. En su escuela era el estudiante con trastornos en la conducta, el indeseable patico feo que todos evitaban, pero más adentro había solo un niñito escondido al que nadie nunca quiso ayudar. 
Esta mañana lo recordé otra vez, como si se hubiera quedado intocado en algún rincón de la memoria.Yo esperaba la guagua de pase en un banco del parque y lo vi llegar con una maleta de madera, casi más grande que él. Se sentó conmigoy comenzamos una conversación que después yo guardaría por mucho más tiempo que una simple hora.
Me contó  que finalmente lo habían mandado para la Escuela de Conducta, allí estaba por primera vez esperando la guagua, por eso llevaba aquella arcaica maleta con un candado gigante. Y la cuestión al parecer le había costado muy cara. Entonces se quitó la vieja camisa y me mostró las marcas de la hebilla del cinto de su padre, clavadas ahí como un estigma en la espalda de un niño pequeño que no podía defenderse.
Recuerdo que me dijo que no había derramado ni una sola lágrima, sobre todo porque cuando él lloraba la mamá se metía en medio y como su papá estaba borracho iba a terminar golpeándola también a ella. Además si se ponía muy bravo, no iba a darle los 5.00 pesos que le había prometido para llevar a la escuela.
Y allí estaba él, frente a toda mi tristeza, radiante, como si la amalgama de calamidades que le tocaron en la vida no pudiera afectarle, o tal vez demasiado chico para cuestionarse en dónde quedaba el afecto, o al menos el compromiso de quienes lo trajeron voluntariamente al mundo. Quién iba a ponerse alguna vez de la parte de aquel niño.
Se fue a dar vueltas por ahí y dejó la maleta a mi cuidado. Yo me quedé en aquel banco petrificada, dándole mil vueltas al asunto y con una extraña sensación atrapada en la garganta.
Apareció enseguida. Venía comiéndose un pan con medallón, con buen apetito. En la otra mano traía uno para mí. No acepté, por supuesto,  y entonces me dijo que sacara un papel y lo envolviera que quizás más tarde me daba hambre. En aquella merienda se iba más de la mitad de su mesada y aun así insistía en regalarme  el bocadito.
La verdad es que me dieron ganas de llorar. Y me convencí de que definitivamente en ese pequeño había mucha bondad, y una transparencia rara, imperceptible para los de alma dura, para los maestros que no ven más allá de las clases, y el resto del mundo, demasiado ocupado en lo suyo, como para abrirle los brazos a un cuerpecito asustado y lleno de moretones.
Es injusto que los niños que provienen de hogares disfuncionales, con padres alcohólicos y madres incapaces, paguen por los errores ajenos. Quién puede culpar a un pequeño por aprender lo único que le han enseñado en la vida, cómo no gritar, empujar o pegar a los otros, si es justamente lo que ha sufrido en carne propia.
Hace unas semanas encontré en la terminal de Las Tunas a aquel niño ya convertido en hombre. Me costó bastante reconocerlo. Contra todo pronóstico enderezó su suerte. Se casó con una muchacha de otra provincia, tuvo un par de hijos y lleva una vida normal. Cuando le pregunté por sus padres me dijo que hacía años que no los veía, pues iba poco al terruño, no tenía nada que buscar ahí…
Con su intranquilidad habitual se fue de repente. Quienes escucharon nuestra plática quizás cuestionaron la dureza de aquel muchacho, pero yo entendí por completo sus rencores. Hay cicatrices demasiado profundas y lugares tristes en el recuerdo, a los que, definitivamente, es muy difícil volver.

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