De
niña los 27 de septiembre eran una de mis fechas preferidas, el preludio del
28, la gran caldosa con bollos de maíz, y el ajetreo de mi cuadra que se volvía
mil rostros y manos…
Poco
entendía yo en ese entonces de los Comité de Defensa de la Revolución, del
compromiso que había detrás del convite. Mi apego era mas al calor, a la fuerza
del barrio, a ese bonito derroche de unidad que yo mirada con ojos enormes
mientras los adultos se movían como hormigas alrededor de la olla gigante.
Recuerdo
que muchas veces hacíamos cadenetas, se ponían carteles y de cada casa salía un
búcaro, un ramo de flores, una mesa, un mantel. Y muchos vecinos sacaban sus
sillas o banquitos. Ese era el único día del año que me dejaban jugar hasta que
me diera sueño, bajo el foco donde se cocinaban junto a las viandas todo tipo
de cuentos y comentarios.
Un
buen día crecí, de repente era yo una casi adulta frente a los ojos de mi
cuadra. Y no se qué paso con los matices, pero las caldosas a mi alrededor se
planificaron mucho menos y cada vez fueron más escasos los rostros debajo del
alumbrado público. Yo misma en una suerte de apatía olvidé un poco los ímpetus
de la cita de septiembre. Como si la vorágine de la vida, la escasez, las
limitaciones de todo tipo, amenazaran con llevarse de golpe todo el regocijo
que siempre respiré en mi infancia cada aniversario de los CDR.
Pero
no necesité mucho para entender a dónde se fue el entusiasmo de algunos
barrios, en qué lugar del pasado quedaron las cadenetas y los globos. En
realidad solo basta echar una ojeada en otros sitios… La fecha no ha perdido para nada los bríos. Hay
muchas cuadras donde los niños pequeños siguen correteando entre improvisadas
mesas cubanas, retardando el ritmo de los adultos que buscan una sazón que hoy
se adapta a lo que la gente tiene en casa y comparte para disfrutar en
colectivo.
Los
CDR siguen vivos no solo por la cubanísima velada o la música de Sara González,
que la verdad a mí me sigue poniendo los pelos de punta. Pero a veces
confundimos su significado, cuando su fuerza está justamente en adaptarse al
momento, en brindar un consejo, hacer una advertencia, o solo dar un plato de
comida o una ropa a alguien que realmente lo necesita.
La
magia que no descifraba entonces se llama poder de convocatoria, entusiasmo,
valor y respeto por las jerarquías. Donde estos florezcan habrá muchísimos más
asientos en las calles, bajo la luz de los focos. Y otros tantos niños, como yo,
crecerán con un apego, casi instintivo hacia ese abrazo común que son los
Comités de Defensa de nuestra Revolución.
No hay comentarios:
Publicar un comentario