Frente al espejo juega con los
cierres del vestido. Piensa. Imagina cuan fácil pudo ser todo con un ligero
cambio en sus cromosomas. Y vuelve a recordar la noche anterior, el mal chiste
de sus amigos cuando le quitaron la peluca frente a todos.
Termina
de dibujar el arco de sus cejas y sepulta los labios sin color detrás de un
rojo intenso. Se encuentra hermosa, satisfecha, a la medida de sus
expectativas. Se calza los zapatos, agarra la cartera y sale a la calle.
Siempre
recibe elogios y burlas. Algunas jóvenes le miran con cierta envidia por la
gracia de usar esos tacones de aguja tan altos sin el mínimo esfuerzo. Ella
disfruta ser observada. Se presenta como Melissa. Y se gasta la noche entre
alcohol, humo de cigarro y sexo, alguna que otra vez.
Melissa
en el trabajo y con los desconocidos es Yoan. Disimula un poco cada día, pero
al llegar a casa es ella otra vez. Nunca se quita su coraza. De otra forma no
aguantaría el desprecio de los suyos, las risas malintencionadas, las críticas
incluso de otros gay por ser “tan intensa”. A veces, en penumbras, le cae de
golpe toda la soledad y solo quisiera ser, de veras, la mujer hermosa del
espejo.
Como
Melissa, en Las Tunas, más de 200 personas viven conflictos similares, con
matices y peculiaridades que no caben en meros ciclés. Se saben un grupo muy
vulnerable porque históricamente han sufrido rechazo social, pero una buena
parte se ha agrupado en una red que asume con orgullo su condición transexual.
Desde
inicios de noviembre comenzó a aplicarse en la provincia la primera encuesta
nacional a las personas transexuales. El ejercicio, con previo consentimiento
de los participantes, intenta conocer más a este grupo de personas, indagar en
cuestiones como empleo, nivel educacional, sexualidad, comportamientos sociales
y otras tantas cuestiones.
El
objetivo es visualizar el universo transexual para que se adopten políticas
mucho más inclusivas. Pero a pesar de los intentos del país y los recursos de
algunas organizaciones como el Fondo Mundial de
Lucha contra el Sida para poner fin a la
transfobia, en la cotidianidad, en los ambientes laborales y en la familia, aún
no se cuenta con las herramientas necesarias para asumir este fenómeno como una
peculiaridad y no como una enfermedad.
Todavía
queda mucho prejuicio enturbiando el buen desenvolvimiento de la sociedad. Y a esto se ha unido el doble
discurso y la hipocresía de media ciudad que se declara públicamente en contra
de la discriminación, y en el fondo sigue siendo retrograda y reproduciendo los
mismos esquemas de rechazo dentro del ámbito familiar.
El
Cenesex ha mostrado un camino a seguir. Pero las jornadas contra la homofobia y
la transfobia una vez al año no son suficientes. Se trata de enfocar el
fenómeno desde nuestra realidad diaria, sin hacer juicios, sin establecer
supremacías, con transparencia.
Crecimos
escuchando que “el respeto al derecho ajeno es la paz”, y seguimos aplicándolo
a conveniencia, solo como máscaras, lo que está socialmente correcto y no lo
que sentimos. Mientras persistan los tapujos y la doble moral en cuestiones tan
sensibles como esta, la verdadera inclusión no será más que una simple quimera.
Pero ¿de dónde salen esos tapujos y esa doble moral? ¿quién nos crea, nos modela, nos amasa como ciudadanas y ciudadanos hipócritas? ¿cómo y quienes nos afianzan el "deber ser"? son preguntas que nos siguen quedando sin respuestas y que de no ensayar su contestación nos precipitan hacia una apariencia de que son los hombres y mujeres comunes los mayores responsables.
ResponderEliminar