Se escurre de su casa bien temprano. Rompe a
penas el alba. Nadie la ve salir con el vestidito negro, bien ajustado, que le
regalaron en sus quince. Desanda entre surcos y campos de caña con la mente distante.
Cuando por fin llega a la parada vislumbra a Katia, su compañera de andanzas, y
todos los miedos se esfuman.
Ya sobre el camión particular comparten el
maquillaje. Yany desata el coquito y el pelo muy rubio le baña la espalda.
Cambia los tenis enlodados por las plataformas altas de su hermana que le
quedan un poco grandes, pero toca hacer el sacrificio. Mucho rímel para las
pestañas, un rojo intenso en los labios y sus metas se materializan en el
parque Vicente García, justo en frente del hotel Cadillac.
Tienen apenas 18 años y ya conocen de memoria
la rutina. Escogen un banco con sombra y empieza el juego. Se ríen alto para
llamar la atención. Piden a los extranjeros que le hagan una foto a ambas con
el teléfono. Yany toca su cruz en el cuello y pide siempre un poco de ayuda. En
menos de media hora ya tienen algún acompañante.
Los mejores son los que las invitan a sentarse
en las mesitas del Cadillac. Ahí si ya todo está resuelto. Incluso pueden
cambiar por alguno más atractivo o generoso. Pero lo importante es no irse con
las manos vacías.
Después de varias cervezas almuerzan en algún
restaurante bonito. Yany prefiere El Clásico. Aunque algunos “yumas” son
tacaños y solo quieren comprarle una pizza y nada más. Pero como aún esperan el
“premio” la mayoría de las veces se muestran bondadosos. Y acto seguido viene
la parte más difícil, la visita de las casas de renta.
Las cervezas ayudan a desvestirse. Ella trata
de hacerlo muy rápido. Mira hacia otro lado y deja que jueguen con su juventud.
Algunas veces son más fáciles que otras. Depende de los fetiches, de olor y la
edad de su pareja, de lo dispuesta que este ese día a cooperar.
Después de varios chascos ella aprendió a pedir
el dinero. Si le dan poco reclama que necesita más para volver a su casa porque
es de un montecito de Manatí y con eso no le alcanza. Con veinte dólares se
siente bien servida, pero muchas veces solo consigue 10.
Con sus billetes en la cartera vuelve al
Cadillac a encontrar a Katia. Espera hasta que ella resuelva su situación o
deciden reencontrarse en la terminal. Allí ambas se cuentan los pormenores y
quizás omitan algunos detalles. Intentan disimular la embriaguez aunque no
siempre lo consiguen.
De regreso, con la mirada perdida entre el
paisaje rural, Yany se siente sucia y poderosa. Sueña con que un buen día encontrará
a un extranjero que se enamore de ella y le compre una casa en Las Tunas, lejos
de la caña y los lodazales. Y por fin pueda tener un armario lleno de ropa
suya, de zapatos de su número, de carteras. Y sus padres ya no tendrán que
romperse las espaldas en el campo nunca más.
Ya dentro del hogar reparte besos a su familia.
A escondidas pone las plataformas de su hermana en el lugar de siempre. Le
lleva el refresco de kola a la abuelita. Y le dice a la mamá que su tía le
mandó un beso grande y tuvo que acompañarla a hacerse una keratina, por eso le
cogió tan tarde.
RASGANDO LA NOCHE
El sonido de sus tacones rompe en el lobby.
Muchos se voltean a mirarla. Liset va hacia la barra y pide una cerveza. Espera
por alguna mesa y va a sentarse. Siempre indiferente a las miradas ajenas.
Algunos ya la conocen. Ella fuma constantemente. Y la noche le sonríe, el
Cadillac también.
Hace mucho tiempo conoce esta vida. Empezó en
otra provincia, en los primeros años de la universidad. Primero como una diversión
y después le cogió el gusto a los hoteles, los lugares caros, el perfume
francés y la lencería de Victoria Secret.
Ahora escoge muy bien la compañía. Los conoce
por la ropa de marca, el grueso de las carteras, el tipo de celular. Con ella
el juego no es fácil. Tienen que conquistarla y ella se muestra encantadora,
habla constantemente de su profesión, del arte, de cómo le encantaría visitar
el museo del Louvre.
A estas alturas prefiere a los hombres de más
de 50, son una inversión segura. Ya tienen hijos mayores y pueden ofrecerle lo
que ella necesita, dinero todos los meses y algún viaje, claro por no más de
tres meses.
Mira con desdén a las muchachitas muy jóvenes y
mal arregladas que se encuentran a su alrededor. Ella no son su competencia,
pero le trasmiten a los extranjeros una idea errónea de las cubanas, que valen
muy poco y se contentan con pollo y cerveza.
Asegura que en una provincia como esta todo es
más difícil. Hay pocos lugares a donde ir y todo el mundo se conoce. Nunca se
le va a olvidar una ocasión en que la dueña de una casa de renta le dijo a un
italiano que tuviera cuidado con ella porque le gustaba robar, y de golpe le
presentó a una sobrina.
Hay
muchos contratiempos. Liset por
dentro está llena de rabia. Odia a los viejos verdes que están desbordados de
fantasías avasalladoras, que humillan a las mujeres y no se conforman con sexo,
quieren tríos, orgias, lesbianismo, que destruyen el alma de las personas.
Por más que le encante el dinero ella se
avergüenza un poco de su vida. Confiesa
que solo es algo temporal. En algún momento quiere hacer una familia y tener
hijos. Empezar de cero y que los suyos no sepan de miseria, de escases, de
padres alcohólicos, del infierno que a ella le tocó.
Es muy tarde ya. Liset desgarra el quinto
cigarro mientras espera un príncipe azul con calvicie y montones de euros. A su
alrededor las personas con vidas más sencillas disfrutan de la noche. Le duelen
los pies y solo quisiera estar en su casa. Pero se acerca un cincuentón a su
mesa. La invita a un café y ella sonríe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario