Me preguntas??? Estas ansias escapan a la mera definición de profesión; son de alguna manera una especie de estigma o esencia que encuentra las palabras exactas para enmarcarte en una condición más que en un concepto… y luego la realidad es más sencilla o más complicada?: escribes porque vives y vives porque escribes.

martes, 25 de septiembre de 2012

Mis fotos extraviadas...

Carlos Jesús

Como a quien nunca alcanzó el destiempo, me vuelven de vez en vez sus primeros borgeos. Y en esa suerte de enigma gutural he querido yo perderme. Porque mi niño ya tiene nueve años, no se deja llevar de la mano, no da besos a la puerta de la escuela, y frente a las niñas, me regaña entre dientes, cuando mis ansias de tía empedernida se cuelgan de su cuello a la salida.
Esta cabeza mía, revuelta y despistada,  anda siempre perdiendo las cosas en los recovecos más inciertos del hogar. Y estaría bien agregar que no son exactamente muchos metros cuadrados para la búsqueda.
Este fin de semana extravié unas fotos para carnet. Y se me ha revuelto en algún lugar de la memoria, muchos años atrás, una historia similar.
Estaba yo apenas en la Universidad. De mi vieja cartera café saqué un sobre, justamente con tres instantáneas, cantidad exacta para una nueva identificación. Me metí por un largo rato al baño. Unas horas después, ya vestida, con los sellos legales comprados y hasta con un turno previamente gestionado, eché abajo la casa, más de una vez, invoqué hasta a lo desconocido, y nunca aparecieron las fotos.
Cómo salí de aquel trance ya ni recuerdo. Pero unos meses después se aclararon todas mis dudas. Y tuve que renunciar, tristemente a las explicaciones paranormales que acaricié por las bajas.
El pequeño Carlos Jesús (mi sobrino), tenía escasamente tres añitos y en su afán de ser siempre tan independiente se había conseguido una guarida. En un rincón del piso, con la mesa del comedor al lado, escondía a las claras, sus cosas más personales, todo adentro de la mochila azul con la que fue al Círculo Infantil en el Jardín de la Infancia. El día anterior le había  visto yo arrastrarla hasta su cuarto y me picó la curiosidad de hurgar allá adentro.
Con razón no podía levantarla, estaba ciertamente muy pesada aquella mochila-bitácora. Una vez corrido el zipper encontré una naranja, plastilinas multicolores, bolas, fichas de dominó y ajedrez, la cadena oxidada de su velocípedo (inhabilitado por maltratos múltiples), goma de mascar, crayolas, unas bonitas y grasientas tuercas de diferentes tamaños, un martillo modelo estándar. Y ahí, entre serpentinas, un cuaderno martiano y un globo, mis fotos para carnet.
Para colmo de males, el dueño de aquella “botija” me sorprendió con las manos en la masa. A las claras se puso muy, muy bravo. Yo en cambio salí por aquella puerta con los dedos llenitos de grasa y hollín, pero tan raramente feliz que apenas conseguí tragarme la sonrisa.
Este fin de semana he vuelto a extraviar unos retratos. Con una absurda esperanza le he preguntado a mi niño si acaso ha alcanzado a verlos. Y me ha dicho con total desapego que él, ya no tiene tiempo de recoger mis cosas perdidas.



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