Me preguntas??? Estas ansias escapan a la mera definición de profesión; son de alguna manera una especie de estigma o esencia que encuentra las palabras exactas para enmarcarte en una condición más que en un concepto… y luego la realidad es más sencilla o más complicada?: escribes porque vives y vives porque escribes.

lunes, 1 de octubre de 2012

Un Golpe a la inocencia


Cuando los gases lacrimógenos arreciaron caí de bruces al suelo. Me arrastré como pude entre aquella ola de asfalto.  Pero algo desconocido se ceñía a mi garganta, mis piernas se paralizaron y ya no sentí nada más…
El aire en los pulmones me hizo abrir los ojos nuevamente; estaba echada a un lado de la acera, un muchacho quemaba de a pocos unas hojas de periódico y las acercaba a intervalos al rostro de su novia y a mis escasas ganas de incorporarme. El humo calcinó rápido el gas en el ambiente.
Pero la cara me ardía como si el mismísimo ácido  estuviera devorando cada fibra debajo de mi piel. Tenía las manos desgarradas, las piedras se habían incrustado en mis palmas, el pantalón se deshizo en las rodillas, pero no sangraba por ningún lugar. En medio de aquella suerte de alucinación volví sobre la cuenta del comienzo de ese día. Era 30 de septiembre de 2010.
Mi mañana en Quito fue tan fría como cualquier otra, pero no llovía. Llegué al Consejo Provincial de Pichincha faltando 10 minutos para las ocho. Y en la cuarta planta mi trabajo empezó sin contratiempos. Unas horas después me sorprendió el bullicio. Bajé a todas las prisas y me percaté que la Avenida había sido cerrada por unos neumáticos en llamas. El olor nauseabundo me saltó las lágrimas, pero los eventos más significativos estaban por llegar.
Una hora después aquello no parecía una simple manifestación en desacuerdo con las leyes del servidor público. Un grupo fue separándose de los otros y una vorágine se gestó en sus gritos: ¡Abajo el presidente!, ¡Abajo el Partido Alianza País! Y por primera vez en el día sentí mucho miedo.
Con el testimonio del presidente Correa todo empezó a tener un sentido aún más siniestro. En las instalaciones del Hospital Militar había sido retenido por las fuerzas policiales, con una voz enérgica anunciaba que estaban intentado ponerle fin a su vida. Aquello era el intento de un Golpe de Estado, y la idea de un posible magnicidio había realzado el gris de aquella ciudad ecuatoriana.
Traté de llegar a las inmediaciones donde tenían secuestrado al presidente, al menos lo más cerca posible, pero la Policía no estaba dispuesta a ceder. En las primeras filas pude ver rostros muy jóvenes, estudiantes, seguramente, y contra ellos aquellos hombres uniformados descargaron su saña a pedradas, a golpes de gas, como si quisieran callarles para siempre.
Mi lógica tardó mucho en asimilar aquellas rutinas. Y como mala principiante sucumbí a causa de los gases. Mis amigos me sacaron esta vez, e incluso me vi obligada a fumar porque el humo parecía una especie de antídoto contra el gas. Allí, muy cerquita, vi como sacaban en brazos a muchas personas, con lesiones bien serias, cubiertos de sangre, otros con miembros lastimados.
Me adentré con unos amigos hasta aquella masa devoradora, pero cuando el grupo avanzó la respuesta con los gases lacrimógenos no se hizo esperar. Nos bombardearon con más de una decena. Era imposible respirar.
Así fue como en mi desesperación terminé sola y desgarrada en el suelo, medio embestida por aquella estampida humana que fueron mis propios y jóvenes compañeros, luchando por respirar. Esa noche estuve a las puertas del Palacio Presidencial compartiendo con aquel pueblo enardecido, el regreso de su presidente.
Las aguas tomaron su cauce y yo volví con los míos. Pero incrustado en algún lugar de la memoria ese día no se borra… los rostros, la sangre, el gas, terminaron lacerando un rincón importante de mi inocencia. Aún puedo recordar el olor nauseabundo de los neumáticos en llamas… Hoy hace exactamente dos años de aquella vez.

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