Me preguntas??? Estas ansias escapan a la mera definición de profesión; son de alguna manera una especie de estigma o esencia que encuentra las palabras exactas para enmarcarte en una condición más que en un concepto… y luego la realidad es más sencilla o más complicada?: escribes porque vives y vives porque escribes.

martes, 16 de octubre de 2012

El chico de la esquina


Era de una blancura extraña que casi me deja hurgarle más adentro, un tono barniz quizás, o solo una leve transparencia, igual de predecible a mis instintos que imaginaron ipso facto  los surcos de sangre, pululando  debajo de la piel. Unos jeans gastados, abrigo de lana café y un Jesucristo atado con tinta a una cruz en su cuello. El chico de la esquina no tenía nada más. No era nadie más.  O al menos eso yo pensaba.
Cuando lo vi convulsionando en medio de la calle no supe que hacer. Lo primero que recuperé fue una indignación de esas que me hizo quitarme el abrigo. Qué pasa con esta ciudad dormida, balbuceé como pude entre el gentío que a penas si se volteó a mirar aquellas formas raras que se quedaban sin vida. Solo a cuatro metros me dejaron llegar. Desde ahí vi el cuerpo cansado por fin ceder, los manos descansar en el asfalto de aquella suerte de fantasmagoría que parecía obligarlas a rasgarse.
Durante unos segundos pude buscar allá dentro en sus ojos, en esa región de soledad donde nadie nos encuentra. No sé si solo imaginé que también me miraba, o tal vez descubrió, quiero creer, entre mi pánico y la impotencia algún soplo de esperanza. Ojalá nunca supiera que en aquella esquina desbordada, poco o nada importaba su suerte.
Y muy pronto sabría yo porque. Creo que el hombre de la cafetería me leyó la confusión en el rostro. “No se preocupe, así es el guagua de las drogas, siempre es igual”, guagua es el calificativo que en quechua, una de las lenguas originarias que se hablan en Ecuador, equivale a niño. Pero igual yo ya estaba preocupada, y sin escatimar intentos el rostro de ese chico no se borra, presiento que debe haberme lacerado alguna porción imprecisa de inocencia.
Estas líneas se las debía desde siempre al guagua de las drogas, prometí escribirlas hace mucho tiempo, cuando rompí la distancia de los cuatro metros, en contra de todos los reclamos. Conocí  por su hermano la génesis del caos, como fue transformándose en esa sombra alucinante, capaz de hacer de daño por un poco de porquería en las venas. Pero que a intervalos aún llora, pide perdón a los suyos y tiene algún consejo que brindar, lejos de la pesadilla de la drogación.
 Y supe que también le encantaba Sabina, era listo, había empezado la universidad, alguna vez tuvo sueños. Entonces me invadió la necesidad de escribir, volví sobre la cuenta de que las drogas son un fenómeno palpable, lamentablemente en todas las sociedades; no se limitan a grupos, etnias o sexos. Ese joven pudo ser cualquiera, pude ser yo.
Hay detalles que nunca tuve, porque hasta los más dañados, aunque no lo parezca, se inventan  garras para defender  algún trozo de orgullo. La verdad es que todavía no me explico como fue medicamente posible que aquel chico sobreviviera ese día.
 No puede haber ningún placer en las drogas. Yo he visto a un chico jadeando, desgarrándose las ropas en el frío quiteño, alucinando con la muerte y temblando de dolor. Créame, no se parece al panorama de ninguna película, porque usted no es solo un espectador, usted esta ahí, el hedor se le incrusta en los poros y los detalles de la realidad superan, con creces, cualquier ficción.                                                     

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