Santiago
carga medio siglo sobre sus muletas, y una pasión por la tierra cual suerte de
bendición o de excesos. Lo cierto es que cuando el sol se cuela de a poquitos
por el patio, le encuentra ya, como buen campesino, con un tramo de ventaja. Y
en su solar devenido surco, el plátano, la yuca, el café, la caña, el aguacate,
la malanga y tantos más, evidencian porqué desde el 2008 su patio es de
Referencia Nacional.
Veterinario
de profesión y de entrañas. Nacido en las bondades de la Sierra , allá próximo a su
Jiguaní entrañable, de donde atesora anécdotas en sepia y lugares sin tiempo. Pero
desde el 86 es ya uno de nosotros. Confiesa que Las Tunas le ató a su cauce, o
tal vez fue Marta la responsable, esposa en la vida, en los sudores de la
tierra, el mejor apoyo, o su yunque y su
arado, como él cariñosamente le define.
Cuando
en el año 1993 aquel accidente ferroviario le cobrara con saña las piernas,
poco o nada imaginaba Santiago el destino de sus pasos. La tierra fue desde
entonces la savia para curar las tristezas y la fatiga para conciliar el sueño.
Hace apenas un mes el Ministerio de la Agricultura le ha hecho llegar a este hombre un
reconocimiento especial por sus aportes al desarrollo técnico y los resultados
productivos.
Entre
la rudeza de sus manos, curtidas de campo, me muestra con el orgullo de un niño
un aval singular. En el tercer Encuentro Nacional de Generalización de la Agricultura urbana y
suburbana el nombre de Santiago Sosa Leyva ha quedado como ejemplo. Este hombre
grande, con sus limitaciones, ha venido a dejarnos una lección como fe de vida,
y con una humildad palpable me dice que no es nada, “solo hace lo que debe”,
“es un compromiso con la tierra que de seguro terminará devorándole”.
Pero
Santiago está lleno de quimeras, su hogar, deshecho a merced de los ciclones,
es la meta más añorada. Cuando le hablo de futuro se queda con la mirada muy
blanca porque para él el mañana comienza hoy. Entre gallinas, patos y cerdos,
planea continuar la vida, en su rinconcito apartado en el Cerro de Caisimú, a
la sombra de una loma de tierra ocre que pinta a voluntad zapatos e historias.
Confiesa
que los días no le bastan nunca. Entre
los cultivos, los animales y sus 23 colmenas no hay tiempo para el descanso.
Aunque él ya tiene sus mañas y la condición de Relevante en el XVI Fórum de
Ciencia y Técnica. Santiago deshoja, deshierba, y con picacho y barreta abre
los hoyos donde va a sembrar. Ni la hipertensión arterial crónica, ni los
calambres que con el frío intentan sin piedad devorarle los huesos, le han dejado en cama
alguna vez.
Conversa
con agradecimiento sobre sus inicios en la ACLIFIM. Y allá en su
mirada hay un recuerdo limpio de las manos que le ayudaron a encauzar sus días.
“Guajiro desde la sangre”, como le gusta definirse, no hay árbol que desconozca
ni animal que se le resista, pero tampoco compañero suyo que haya quedado
olvidado, “ni bien sin agradecer”.
Con el refresco más sabroso que he probado en
mi vida terminó nuestro diálogo. Y la portada de alguna forma me dejó un rato
atrapada allí. Me despedí, otra vez, desde el afecto. La historia de Santiago
ha echado por el suelo todas mis meras nociones sobre lo posible, este hombre,
aunque nunca lo consiga, ha logrado mantenerse, indiscutiblemente de pie.
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