Debería bastar… pero se hace más difícil
cuando 1+1 no siempre es 2 y aunque reedites 10 veces la primera línea, el
sujeto omitido ahora eres tú y te sigue faltando qué decir. He regresado al
trabajo después del año más fecundo de mi vida, desempolvé espejuelos y ganas,
pero cuando un bebé se revuelve sobre tus rodillas mientras escribes, no basta
con querer, la transición es lenta y no creo que se vuelva totalmente.
Mi primer lunes fue como pez fuera del agua,
estuve todo el día con la sensación de que me faltaba algo vital, entre
asustada y alerta. Al abrir la cartera descubrí que nunca puse dentro la agenda
de trabajo, en su lugar había toallitas húmedas, un biberón emergente, una
maruga y un pañal.
Con estos desvaríos y mi musa echa
literalmente a todas las fugas, solo he podido escribir de lo que sé, la
maternidad es deliciosamente dura y el ritmo de la vida no se anda con
miramientos, te deja roja la mejilla sin advertir siquiera de dónde vino el
golpe. La mayoría de mis amigas siguen sin entender de qué hablo, aunque los 30
se nos vengan encima. Y yo ya no sé si guardar la canastilla (para alguna de
ellas, por supuesto), o acostumbrarme a la idea de que los sobrinos
postizos tardarán en llegar.
El hecho de que en algunos años tendremos una
población envejecida, en la que las canas, las gafas con aumento y las
lipectomías, sean quizás el último grito de la moda, es un tema del que los
entendidos gustan hablar, disfrazado con fríos por cientos y pronósticos
tristes, pero la causa de tanto futuro gris es un secreto a voces, y me
pregunto dónde están los oídos para oír, las manos para hacer y porque no, los
vientres por crecer.
Mi generación y, la mía y no otra, ha crecido
con la fortaleza de enfrentar limitaciones económicas serias. Sobrevivimos a lo
superfluo con la certeza de que hay una lealtad inmensa que solo los elegidos perciben, esos que
saben que únicamente “el amor engendra la maravilla”. Entonces no son las
estrías, la celulitis, la flacidez o las 425 noches sin dormir (mi tiempo real)
las que conspiran contra la gravidez.
Ahora mismo siento la espada de Damocles inclinándose
sobre mi cabeza, pero en realidad mi preocupación está con las cientos de
mujeres atrapadas en la vorágine de la maternidad, luchando contra los precios
estrafalarios de los productos de primera necesidad cuando aparecen, de vuelta
al trabajo sin saber quién se queda con el niño mañana, cansadas y aun así
dispuestas a regresar a la vida profesional aunque a muchos les parezca mal.
Esta realidad duele, deja cicatrices más adentro de la piel y frena sin dudas
las ganas de procrear.
Y es que visto con premeditación parece toda
una proeza el hecho de embarazarse en estos tiempos. El módulo de canastilla es
insuficiente, las cunas valen un ojo de la cara, los pañales desechables por
los precios deben ser hechos en otro planeta, no hay colonia, talco ni jabón
infantil. En fin, cómo hacemos para darles a nuestros hijos lo que nosotros no
hemos podido tener.Y esto trasciende los límites de lo material.
Es plena madrugada, mi bebé duerme y aún no
encuentro el punto final de mis ideas. Tengo un par de ojeras verdes que
amenazan con quedarse para siempre. Mañana será otra jornada exactamente igual
a la de hoy. Pero ni modo, cuando mi Dudú se despierte, y me mire con esos
ojazos, de la forma que únicamente él sabe en el mundo, no habrá cansancio,
sueño, pronósticos, precios, ni siquiera yo, solo él y su canción de cuna “en
una palangana vieja sembré violetas para ti”.
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