Cuando se lo dijeron
sintió un escalofrío raro, como preámbulo de que ahí, entre paredes verdes y
olor a yodo, comenzaba el resto de su vida.Tenía solo 27 años para ver pasar
cada segundo de su existencia como una película en sepia. Desde entonces no
volvió a hacer planes a largo plazo.Incluso los amigos no fueron bienvenidos,
porque frente a ellos la sonrisa era una mueca de dolor y mejor no permitirse
los excesos.
Los días siguientes
solo empeoraron. De repente el mundo
daba saltos no vueltas. Y las miradas indiscretas fueron cuchillos
debajo de la piel. Cada detalle era público, la gente sabía fechas, horarios,
pronósticos. Incluso personas que ella nunca vio salieron de la nada para hacer más espacio en
el hueco que ya era su cabeza. Muchos aseguraron que lo suyo era cosa terminal,
o peor, que jamás podría tener un hijo.
Recuerda cómo empezó
todo y aquel spot televisivo que sin querer la pondría sobre aviso. Hasta
entonces solo le dolían las piernas de vez en vez, pero los zapatos muy altos y
andar de aquí para allá justificaban cualquier anomalía. Con menos de tres
décadas de más decir que cualquiera se siente inmortal, las enfermedades y los
hospitales son males generacionales, o al menos eso se cree.
Al otro día fue a
hacerse la prueba citológica. Y en segundos supo que algo andaba mal. Un mes
después fue diagnosticada con un carcinoma in situ que terminó arrancando todas
las sutilezas con las que alguna vez miró la vida. Luego vinieron momentos
difíciles que las personas desesperadas sobredimensionan, hoy sabe eso, y en
vez de inventarse un poco de optimismo, o incluso aferrarse a Dios como algunos
hacen, ella solo se apartó del mundo y llegó a pensar que lo suyo era una suerte de castigo por
tanta soberbia.
En los próximos meses
aprendió a la fuerza como respirar de nuevo, sin resentimientos con los otros,
porque nadie es responsable del dolor ajeno aunque una en esos casos solo abra
los ojos para encontrar culpables. Hay cuestiones que te marcan la existencia,
solo cuando estás al límite descubres qué es o no importante de veras. Y ya no
cuentan las apariencias, las cosas materiales se borrar. Nunca se vuelve de
estas experiencias con las manos vacías.
Después de un par de
operaciones, mucho miedo, un año de aislamiento voluntario y las manos
increíbles de un médico que fue curando cada pedacito suyo, incluso los más
efímeros, esos que se esconden dentro del alma, ella recibió esoque llama su
segunda oportunidad. Y más allá de los caminos de la devoción intentó a su
manera merecer tamaño regalo.
Hoy es más o menos
una mujer como cualquier otra. De alguna forma la vida compensó las huellas y
encontró “un camino para volver a casa”. Mientras una cabecita revuelta desanda
por sus brazos no hay pasado, no hay miedo, solo un agradecimiento inmenso por
este hervidero de vida.
Otra vez pasan el
mismo spot en la tele. Habrá muchachas jóvenes a las que pase desapercibido,
otras en cambio recordarán sus cicatrices con cada palabra. Ojalá no sea esta
vez el augurio de un pronóstico triste y si una alarma, una mano, un susurro a
favor de la vida.
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